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La guitarra de reyes, estrellas y compositores subastada en Subarna

08 Marzo 2021

Con una jugosa salida de 14.000 €, una pieza realizada por el célebre luthier Ignacio Fleta alcanzó 19.000€ el 4 de marzo

El 4 de marzo se convirtió en una cita ineludible para cualquier experto en el campo de la guitarra: la casa de subastas Subarna licitó un importante ejemplo construido en 1972 por Ignacio Fleta (1897-1977) considerado el mejor luthier de la historia de este instrumento en el siglo XX.

 

Fleta tuvo una de las mejores formaciones para su profesión: era hijo de ebanistas y desde muy joven supo como trabajar la madera y conocer sus virtudes y defectos. Tanto fue así que con 13 años ya empezó a formarse como luthier y en 1915 fundó con sus hermanos el primer taller de violines, violas y violonchelos en la Calle dels Ángels (Barcelona). Poco a poco los instrumentos de cuerda frotada empezaron a ser altamente valorados por intérpretes y orquestas. Con tan solo 30 años es capaz de montar un taller en solitario para experimentar y centrarse en el tratamiento de la madera. No sería hasta aproximadamente 1935-36 que empieza a especializarse en el instrumento del que os hablamos hoy, la guitarra. Sus inicios fueron imitando los “stradivarius de las guitarras”, es decir, las obras de Antonio de Torres (1817-1892), considerado el padre de la guitarra clásica española. Su gran salto llegaría en 1955, cuando al escuchar a Andrés Segovia interpretando a Bach versionado a este instrumento de cuerda pinzada decide especializarse únicamente en este campo. Es entonces en el ‘57 que recibe el primer encargo importante por parte de Segovia, y quedando altamente satisfecho, la carrera de Fleta despega.

Sus años dorados se comprenden entre 1960 y 1975 cuando su tratamiento a la madera del cedro llega a su máxima perfección. Intérpretes como John Williams o Alírio Díaz encargaron ejemplares personalizados, y en la lista de espera de la época figuran nombres de altos dignatarios y monarcas como la propia emperatriz Farah Diba de Irán. 

 

La guitarra que subastó Subarna forma parte de esta última etapa, y aunque no pueden revelar su procedencia, Vicente Climent, director de admisiones, nos revela que su procedencia es inmejorable. Según nos describe, está en un estado perfecto, ya que su mástil no presentaba curvatura alguna y estaba realizada en el famoso cedro envejecido que tan célebre hizo a este maestro constructor. 

Además, el actual taller de los Fleta, regentado por sus descendientes, tiene una lista de espera de 7 años que día tras día va “in crescendo”, encareciendo aun más este tipo de guitarras. Las últimas subastas de piezas como esta se realizaron entre 2007 y 2012 (con lo cual hace tiempo que no salen a la luz) en dos importantes casas de subastas londinenses, Christie’s y Bonhams. Sus remates oscilaron entre los 15.000€ y los 80.000€ en la primera citada, con lo que Subarna se siente satisfecha de su venta.

 

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Las galerías palaciegas ¿un éxito francés?

28 Enero 2021

Las galerías son las estancias que más epitomizan el palacio barroco, su lujo y esa sensación de infinitud forman una seductora combinación a ojos de los visitantes. La variación de formas, colores, estilos y usos, traza un complicado mapa por toda Europa; y no menos complicada fue su génesis y evolución desde el fin de la Edad Media hasta el tardobarroco del siglo XVIII. Asimismo, si las grandes galerías francesas parecen el ejemplo a seguir indiscutible, un análisis detallado revela que el modelo de Francia fue seguido de forma irregular, mutando, adaptándose a las realidades de cada país y mezclándose con otros referentes europeos. 

Artículo escrito por Enric-Eduard Giménez (@enric_eduard_gimenez)

Origen: la necesidad de comunicar espacios

Las monumentales estancias que hoy tenemos en mente tienen su origen en algo tan profano como los corredores: esos estrechos y austeros nodos de comunicación de los castillos medievales, herederos de los caminos de ronda que permitían comunicar un edificio con otro sin necesidad de cruzar el patio embarrado. Estos corredores porticados, estaban hechos por lo general de madera, con un tejadillo pero sin cerrar con ventanas. Permitían comunicar los aposentos señoriales con otros espacios e incluso pasear bajo la sombra alrededor de un jardín, a modo del clásico peristilo romano y sus derivados árabes.

Con el tiempo, dichos corredores-galerías se volvieron más elaborados y más cómodos, como los que el rey de Francia tenía en su residencia privada en Paris, el Hôtel de Saint-Pol, a mediados del siglo XIV. No obstante, hasta la fecha, es en el castillo de Plessis-Bourré, edificado a partir de 1461, donde se conserva la galería más antigua de Francia. Es un espacio de arquitectura y decoración muy sobrias, cuya principal función era comunicar los aposentos del señor con la capilla.


La galería del castillo de Plessis-Bourre, los muebles fueron añadidos posteriormente (my-loire-valley.com)

Pasados los estragos de la Guerra de los Cien Años, a finales del siglo XV el castillo real de Blois se dotó una galería mucho más solemne que permitía comunicar los aposentos regios con el jardín y sus pabellones de recreo. A mediados del mismo siglo, Francisco I en Fontainebleau edificó la célebre Galerie François Ier (1530), cuyo lujo y elaborado aparato artístico suponía un paso más en la monumentalización de los espacios. Serlio escribió extensamente sobre dicha galería, destacando que su principal función era comunicar con la capilla, como espacio de paseo, y para exponer obras de arte (prefigurando la noción de “galería de arte”). También señaló que, pese a ser un gran hito francés, era obra de artistas italianos.

Un lujo privado

Sin embargo, pese al lujo, la galería de Fontainebleau estaba lejos de ser un espacio de fiesta, recepciones y otros divertimentos como los podamos concebir hoy en día. Era esencialmente un espacio de comunicación (de nuevo la noción de “pasillo”) entre la cámara del rey y la tribuna real de la capilla. Francisco I, guardaba personalmente la llave de la galería, y solo la abría a visitantes ilustres y la enseñaba personalmente. Tal uso privativo, no era óbice para que en ocasiones muy concretas el espacio se abriera a grandes celebraciones. Misma situación en la Galerie d’Apollon en el Louvre, la primera galería barroca de Francia, de nuevo inserida en los aposentos del rey, que el visitante debía cruzar para acceder a ella y luego al largo corredor (la Grande Galerie) que conectaba con las Tullerías. Las grandes galerías francesas, por lo tanto, no eran espacios de recepción, sino nodos de comunicación privados suntuosamente decorados que, no obstante, excepcionalmente se podían abrir y destinar a grandes celebraciones si así lo deseaba el dueño del palacio.


La llamada Galerie François Ier de Fontainebleau, en origen mucho más luminosa al contar con ventanas a ambos lados. (Fotógrafo: Josep Solé Llagostera @jepsolell)

Un lugar donde celebrar

Con la célebre Grande Galerie de Versalles (lo de la Galería de los Espejos es un invento moderno) la historia y función de dichas piezas llegó al paroxismo. De nuevo es un espacio situado después de los aposentos del rey, a priori un espacio que debería ser privado ya que los comunicaba con los de la reina. No obstante, el lujo de la galería era tal y la propaganda política tan fuerte, que evidentemente no podía limitarse a ser un espacio restringido y abierto ocasionalmente. Por todo ello, los aposentos del rey se convertían en inútiles, al menos en cuando a privacidad se refiere, pues todo el mundo debía cruzarlos para acceder a la galería. No deja de ser sintomático que apenas inaugurada la galería en 1684, Luis XIV se reinstalara en otros aposentos más íntimos.


La "Grande Galerie" en el Castillo de Versailles (Fotógrafo: Josep Solé Llagostera @jepsolell)

Tras una larga y prolífica historia, aquí solo esbozada, las galerías en Francia tendrían su canto del cisne en las construidas en el Hôtel de Toulouse y en el castillo de Chantilly. Sus exquisitas y detallistas boiseries rococó parecían adolecer una cierta contradicción con la monumentalidad laudatoria del espacio. En efecto, el rococó estaba pensado para espacios íntimos donde poder sociabilizar cómodamente.

La expansión europea de la galería ¿francesa?

El eco de las galerías francesas se sintió en toda Europa, aunque debemos interrogarnos hasta qué punto el continente abrazó las modas francesas.

La aparición de las galerías en Inglaterra fue contemporánea a Francia, aunque, ya en el siglo XIII (o sea un siglo antes que Francia), en los laberínticos palacios de los Plantagenet como el de Westminster había galerías-corredor cerrados con ventanas y calefactadas. La primera galería moderna en su uso y función habría sido terminada hacia 1506 por Enrique VII en el, también laberíntico, palacio de Richmond. Se trataba de dos galerías superpuestas, construidas en vistoso ladrillo y madera, con grandes ventanales que permitían contemplar los jardines y el Támesis, y que sirvió para las festividades de la boda del príncipe Arturo y Catalina de Aragón en 1501. Era, por lo tanto, mucho más que un espacio de comunicación, pues servía también al recreo y disfrute. El monarca inglés se habría inspirado en las galerías que había visto en los castillos del Loira durante su exilio en Francia.

Galerías de este tipo siguieron proliferando en los palacios Tudor y de grandes personalidades del reino, creando una variedad prácticamente infinita de galerías-corredor, galerías incorporadas al edificio principal, galerías alrededor del patio a modo de claustro, galerías aéreas o en los pisos superiores, galerías encima de loggias, etc. Su éxito en Inglaterra no debe extrañarnos, su acceso era mucho más abierto que las galerías francesas y servía como espacio para pasear durante los (frecuentes) días de lluvia. También su decoración con paneles de madera oscura, análoga a otras estancias del edificio estaba conectada a la pálida y plomiza luz invernal frecuente en esos lares; las galerías con decoraciones pintadas tan frecuentes en el continente fueron escasas en Inglaterra. Asimismo, al contrario que en Francia, en las galerías inglesas las grandes chimeneas profusamente decoradas cobraban gran protagonismo.


Las galerías de Haddon Hall (izquierda, circa 1550-1600) (Wikipedia-Michael Beckwith) y Hardwick Hall (derecha, 1590-97)  (Wikipedia-Tony Hisgett)

En Hampton Court, la desaparecida galería del Enrique VIII estaba decorada con escasos muebles, pero muchos cortinajes, tapices, cuadros, mapas e instrumentos musicales que denotaban un uso más recreativo que como lugar de exposición de obras de arte. Decenios después, también en Hampton Court terminaba la prolífica historia de las galerías inglesas, las galerías concebidas en la gran expansión barroca de Guillermo III y María II eran, pese a los notables tapices que las decoraban, funcional y artísticamente residuales.

En Italia, por influencia de Serlio, se adoptó la moda francesa de la galería, como demuestran ilustres ejemplares romanos como la pequeña galería del Palazzo Spada (circa 1560) versión mini de la de Fontainebleau o la suntuosa Galleria Colonna (terminada en 1700) que tomó Versalles como modelo. Sin embargo, el país siguió más apegado a la tradicional loggia, lugar donde ya en la Roma medieval se exponían antigüedades y desde donde se contemplaba al paisaje. Anexa al studiolo del dueño de la casa, la loggia servía de lugar de deleite y tertulia con los visitantes más ilustres.

Resulta notorio que en el Palazzo Pitti nunca se concibiera una galería o que la célebre galleria del Palazzo Farnese sea tan corta y recuerde más a la loggia abierta al jardín de la vecina Farnesina. Asimismo la espectacular y desaparecida Galleria di Alessandro VII (1655-1656) ideada por Cortona en el Quirinal, con sus grandes trampantojos parecía evocar de nuevo a las tradicionales loggias. Por último, la inmensa Galleria Grande (1720s) de la Venaria Reale de Turín presenta una arquitectura blanca claramente italiana y ecos de los grandes pórticos basilicales.


La Galleria Grande de la Venaria Reale, tan desmesurada como el palacio que nunca se llegó a terminar (Wikipedia-Fabio Poggi)

También en el mundo germano el seguimiento de las modas francesas fue desigual. No hubo jamás una galería en el Hofburg de Viena y cuando el rey Federico I de Prusia renovó lujosamente el castillo de Berlín, la galerie que concibió estaba más inspirada en la del Palacio Real de Estocolmo y la del Palazzo Colonna que en la de Versalles; mientras que la de Charlottenburg, con sus enmaderamientos oscuros, bebía claramente de modelos ingleses. Por otro lado, las exquisitas galerías rocalla bávaras creadas en las primeras décadas del XVIII, aunque de aspecto muy francés tenían funciones radicalmente distintas. La de Schleissheim servía para exponer la colección de pintura (como la del Palazzo Colonna), y una de las de la Residenz de Munich, para exhibir los cuadros de los antepasados. Todas ellas, además, se situaban entre las primeras estancias de los aposentos electorales, consecuencia de las diferencias de ceremonial entre los reyes franceses y los príncipes alemanes.

Quizás un interesante paralelismo versallesco sí que se pueda establecer con la galería de Schönbrunn, aunque se trate de uno de los ejemplos más tardíos de Europa, pues se terminó en 1762.


Las galerías del desaparecido castillo de Berlín (arriba, circa 1710) y de Schleissheim (abajo, circa 1720) (Wikipedia-Dguendel)

En España, la aparición de galerías nos retrotrae al siglo XVI, en especial bajo el reinado de Felipe II. El monarca poseía varias galerías en los distintos reales sitios (en especial en Aranjuez, El Escorial, El Pardo y el Alcázar de Madrid). Con sus paredes recubiertas de azulejos y cuadros y decoradas con antigüedades, se trataba de espacios cuya cierta sobriedad decorativa parecía acercarlas más a las galerías inglesas que al lujo francés. Ya con Felipe IV, las galerías se adornaron con lujosos estucos dorados y frescos, aunque de nuevo el modelo no era francés, sino italiano. Una de estas galerías españolas sería la que Velázquez inmortalizaría en Las Meninas, aunque fiel a su estilo el pintor escogió la sobria Galería del Príncipe del Real Alcázar.

Curiosamente, el panorama apenas cambió con la llegada de los Borbones al trono español. La galería ideada para La Granja, y decorada por italianos, jamás se llegó a terminar, pues Felipe V vivía ya enclaustrado y más de noche que de día. Por otro lado, las de El Pardo y Aranjuez se tabicaron para crear cómodos aposentos para los infantes e infantas. Cuando Juvarra vino a Madrid en 1736 para diseñar un nuevo palacio tras el incendio del Real Alcázar, en su primer proyecto ideó una larguísima galería más parecida a la de la Venaria Reale de Turín (creada por él mismo) que a la de Versalles. Sin embargo, cuando el Palacio Real fue finalmente construido por Sacchetti, esta larga galería había sido substituida por un “mero” Salón del Trono.

Las galerías francesas estaban pasadas de moda, ahora Europa parece que se fijaba en otro invento galo: el boudoir, aunque de nuevo los ecos y orígenes sobrepasaban el modelo francés.

Bibliografía básica

COOPE, Rosalys (1986). “The 'Long Gallery': Its Origins, Development, Use and Decoration” en Architectural History, vol. 29.

GUILLAUME, Jean (1992). “La galerie dans le château français : place et fonction” en Revue de l'Art, núm. 102.

MARTÍNEZ LEIVA, Gloria (2004). “El Salón o Galería de Paisajes del Palacio Real de Aranjuez bajo el reinado de Felipe IV” en Revista Reales Sitios, núm. 159.

SANCHO, José Luis (2018). El Salón del Trono del Palacio Real de Madrid. Colección Palatina.

TOMASSETTI, Giovanni (2009). “La galleria, la sala e i nuovi spazi dedicati all’esposizione” en Origine ed evoluzione delle strutture museali, L'architettura del museo a Roma (tesis doctoral). Sapienza Università di Roma.

Artículo escrito por Enric-Eduard Giménez, historiador del arte.


Estudió historia del Arte en la Universidad Autónoma de Barcelona y un máster en gestión de museos y patrimonio en la Universidad Complutense de Madrid. Realizó sus prácticas de máster en el Palacio Real de Madrid. Es especialista en arte de corte de los siglos XVIII, XIX y XX, y se ha interesado especialmente por los aspectos arquitectónicos, decorativos y funcionales de las residencias reales europeas. Actualmente gestiona y es autor de varias cuentas en las redes sociales dedicadas a la difusión de patrimonio, destacando especialmente su cuenta de Instagram y una cuenta dedicada a los Reales Sitios españoles. Asimismo colabora en varios blogs y es autor de diferentes artículos en la Wikipedia.
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Joyas reales: la colorida colección de Wallis Simpson, duquesa de Windsor

15 Enero 2021

En esta nueva entrada os hablamos de la que probablemente sea una de las colecciones de gemas más maravillosas del siglo XX: Wallis Simpson, archiconocida por provocar la abdicación de Eduardo VIII, amasó gracias a regalos y encargos una gran cantidad de joyas de marcas como Cartier, Van Cleef & Arpeels o Boucheron.

¿Queréis conocer las más representantes?

El anillo de compromiso para Wallis

Para nosotros es importante empezar con esta sortija: no fue la primera joya regalada por el entonces rey de Gran Bretaña y Emperador de la Inida pero si una de las más trascendentales. Ésta marcaría el divorcio de ella con su marido y acabaría llevando a Eduardo a una inminente abdicación al trono.

Su morfología sorprende en cuanto a la elección de la gema central: es muy habitual que se escoja un diamante, debido que al ser una piedra preciosa resistente, pueda ser lucido a diario. Pero no, David (nombre familiar de este breve monarca) fue rebelde hasta en la pedida y decidió encargar un anillo con una gran esmeralda central: tallada en forma rectangular, tenía un peso de 19,77 quilates e iba flanqueada por diamantes talla bagette. El diseño fue realizado secretamente por Jaques Cartier, director de la sucursal de Londres, y fue entregado a la futura Duquesa de Windsor el 27 de octubre de 1936. 

Broche en forma de flamenco

Este broche nos sirve, después del clasicismo del accesorio anterior, para introducir la fantasía que tanto gustaba a los ya Duques de Windsor. A finales de los años 30' la pareja confiaba plenamente en el gusto de Cartier, pero sobretodo en Jeanne Touissant, directora creativa de aquella época. Después de visitarla, surge la idea de crear un broche con tal exótica criatura. La joyera, que también idearía la famosa pantera Cartier, encargó a Peter Lemarchand la realización del broche: para ello engastó una gran cantidad de rubíes y zafiros en su plumaje y con un trabajo perfecto y milimétrico el cuerpo fue recubierto con diamantes pavé. La primera vez que la lució fue en un evento en 1940 en el Hotel Ritz de Madrid. En 2010 fue sacada a subasta en Sotheby's por un precio de salida de 1.500.000$.

Las panteras de Cartier

Seguimos con exotismo, esta vez con el rey de los felinos. Muchas teorías han girado alrededor del motivo de la elección de este animal, pero una de ellas es la que sostiene con más solidez: desde 1478 la cabeza del leopardo ha coronado la marca real de la London Town y ha sido por lo tanto, un símbolo del Rey de Inglaterra. Con este regio origen, se sabe que Eduardo VIII, en esa época ya Duque de Windsor, influyó mucho en la creación de piezas con dicha forma.

A partir de 1940 ya apreciamos en el joyero de Wallis una espléndida pulsera en brillantes blancos y negros con una pantera recostada, y en 1949 la marca francesa realizaría uno de los broches más usados por la protagonista que hoy nos concierne: el broche de la pantera de diamantes y gran zafiro. El gran felino de este alfiler aparece agachado en una pose realista, listo para saltar sobre la luna representada sobre un gran zafiro estrella cabujón perfectamente redondo que pesa 157,35 quilates.

Démi-parure en rubíes y diamantes de Van Cleef & Arpeels

Este fue también uno de los primeros regalos que David le regaló a su amada Wallis. Se trata de un gran conjunto formado por un collar, broche en forma de hojas y pulsera. El primero destaca por su increíble diseño en forma de borlas móviles, y las otras dos piezas tuvieron una innovación única en esa época: la marca francesa patentó el "engaste invisible" para dichas gemas, creando un efecto visual impresionante. Como recuerdo de su amor, la joyería grabó en el collar "My Wallis from her David 19.VI.1936".


Pendientes blanco y negro

Tal vez estos pendientes fueran uno de los más importantes a nivel sentimental para la duquesa: son los que utilizó para el funeral de su marido en 1972. Durante la semana siguiente Wallis no se desprendió de estas perlas ya que fue fotografiada por un paparazzi en el balcón de Buckingham 7 días después, donde se alojaba de manera privativa e invitada por Isabel II. Su interesante diseño fue realizado en 1957 por Van Cleef & Arpeels, cuando la pareja estaba destinada en las islas Bahamas como embajadores del Reino Unido. Exactamente se trata de dos perlas naturales, una blanca y otra negra, de unos 18,2 mm cada una engastadas y rodeadas por diamantes talla brillante.


El conjunto de amatistas y turquesas

De nuevo nos encontramos frente un set que consta de un collar, anillo y pulsera de nuevo realizado por la casa francesa Cartier en 1947. Considerada una de las joyas más queridas por la duquesa, los lució en las cenas y encuentros más importantes. Cartier diseñó el collar "Draperie" en un estilo de inspiración india. Cuenta con 29 amatistas de talla escalonada, cabujones de turquesa y diamantes de talla brillante, de los cuales se deja caer una gran amatista en forma de corazón en el frente. Engastadas en oro, las piedras preciosas están suspendidas por una cadena de oro en forma de cuerda. El duque de Windsor eligió personalmente todas las piedras preciosas excepto la turquesa. La duquesa estrenó esta impresionante pieza en junio de 1953. Con un vestido palabra de honor, lució el collar y los pendientes a juego en el baile de Gala a l'Orangerie en Versalles. El collar se vendió más tarde en una subasta de Sotheby's en Ginebra en 1987 por $ 605,000 después de la muerte de la duquesa en 1986. La pulsera a juego se diseñó con 5 filas de amatista y 2 filas de cuentas de turquesa con un cierre en forma de estrella. El broche tenía una amatista de forma hexagonal acentuada por un borde de turquesa y diamantes. El anillo fue diseñado y creado sobre la base de los dibujos originales de archivo de la pulsera.

 

Collar de la Reina María

Esta es una de las joyas con procedencia real: cuando muere el padre de Eduardo, Jorge V, la mayor parte de joyas fueron repartidas entre los York, Kent y Gloucester. Como era lógico, el futuro rey recibiría la mayor parte de tiaras, collares o brazaletes importantes, para representar al Reino Unido. Una vez los Windsor abdican y renuncian al trono, hubo un grave problema en qué les pertenecía y qué no. Por ejemplo Balmoral y Sandringham tuvieron que ser compradas por los duques de York, los futuros monarcas, pero con las joyas algo distinto ocurrió. Se intento encarecidamente que David y Wallis no se llevaran consigo piezas que pudieran ser asociadas a la corona y por ese motivo los futuros reyes Jorge VI y Elisabeth compraron la mayor parte de accesorios en metálico. 

Aún así siempre existen las excepciones: el collar de perlas de la Reina María. Dice la leyenda, que fue regalada a su hijo como intento de reconciliación, tanto con él como su esposa, la qual nunca conocería. Compuesto por 28 perlas naturales graduadas desde aproximadamente enormes 16,8 a 9,2 mm. El collar se completa con un broche ovalado engastado con 2 diamantes talla esmeralda que pesan aproximadamente 2,00 quilates y 2 diamantes en forma de fantasía que pesan aproximadamente 1,00 quilates, bordeados por 20 pequeños diamantes redondos de aproximadamente 7 quilates y una longitud de 14 pulgadas. El cierre firmado está firmado por Cartier, Paris.

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