¿Sabías que a principios del siglo XIX hubo uno de los mayores expolios artísticos en España?. Como seguro sabrás las guerras siempre contraen pérdidas en muchos sentidos y en cuestión de pintura nuestro país tuvo un gran agujero debido a José I Bonaparte, Rey de España por un efímero tiempo. Muy probablemente estas piezas a día de hoy estarían o colgadas en el Prado, o de varios Reales Sitios de Madrid y alrededores…por lo tanto perdemos una gran oportunidad. ¿Queréis conocer más?


Una guerra que no sólo fue dura para población civil…también en los palacios reales

El período de 1811-13 fue uno de los más convulsos políticamente y socialmente en la Península. Los Bonaparte venían con intenciones reformistas en contra del absolutismo y la diferencia de clases sociales, pero debido al rechazo de su dinastía y poder, esos principios ilustrados nunca fueron aplicados. Todo lo contrario, nuestro país se vio sumido en una vorágine de guerra de independencia que se cobraría muchas vidas y que partió a una nación entera. 

Cuando el nuevo gobierno se vio totalmente acorralado en Madrid hizo lo que muchos dictadores de tercera han hecho: irse no solo con lo puesto, también con muchos bonus. Aun siendo una persona ilustrada, José I no fue la excepción y cuando se marchó arrasó con los grandes maestros españoles. Durante la batalla de Vitoria en 1813, fue encontrado el equipaje de José I, que escapó por los pelos de las tropas liberadoras. Aunque pudo llevarse consigo algún que otro lienzo valioso, un grueso de 84, como os decíamos, quedaron en el carruaje, junto un curioso orinal realizado en plata.

Continúa el periplo para el tesoro español

El general Wellington, héroe de la guerra y futuro duque, fue el que pudo liberar en esa batalla al pueblo español. En un acto de protección artística, las obras fueron llevadas a Inglaterra hasta que la contienda terminara, para así ser devueltas a sus poseedores. El traslado era fácil ya que el breve rey español se cercioró de desenmarcar y desclavar del bastidor todas las pinturas, y enrolladas con sus dibujos y grabados preparatorios. En un primer momento fueron salvaguardadas por parte del hermano de Wellington, Lord Maborough, pero con la llegada triunfal a Londres de Wellington, estas fueron depositadas en su residencia. Catalogadas a la perfección por William Seguier, conservador de la pinacoteca real y más tarde de la National Gallery, esperaban un destino muy incierto en territorio inglés.

 

Llamadas de socorro a España y posterior asentamiento en Apsley House

Cuando terminaron las guerras napoleónicas la mayoría de generales y altos mandos fueron no solo condecorados, también ennoblecidos por las distintas naciones liberadas. Por ejemplo Wellington recibió de España el título de Duque de Ciudad Rodrigo, distinción que aun mantiene la familia con Grandeza de España. Al llegar a sus tierras natales, pusieron orden en sus propias casas, ya que volvían con grandes fortunas, y había que administrarlas. Si algo tuvo claro el duque, es que con el tesoro español, se debía seguir una moral muy estricta: la devolución de las piezas era obligatoria. Fue así como en un primer momento, el 14 de marzo de 1814 le pidió a su hermano que era enviado especial en nuestro país, Henry Wellesley, cómo proceder para el traslado. Según cuentan las crónicas, no se conoció respuesta del rey recién bienvenido, Fernando VII (muy probablemente tenía otros dolores de cabeza a su llegada). Al ver que no había respuesta, Wellington quiso probar otra baza, y fue cuando contactó con el embajador en Londres de España, el conde de Fernan Nuñez. Este asimismo, contactó con el monarca en Madrid y es ahí donde hubo la resolución final: Fernando VII le concedía como regalo (además del propio título ya entregado) toda la colección de pintura. Otros monarcas (incluídos los rusos, holandeses, franceses y austríacos) harían lo mismo, enriqueciendo de forma estratosférica al héroe de guerra. Suponemos que el que lo recibió en Londres no cabría en su dicha; en ese sentido, una buena nueva le acompañaba: estaba reformando la recién adquirida Apsley House, a escasos metros de Buckingham Palace y en el arco triunfal de entrada de Hyde Park. En esta reforma pidió exprofeso realizar una galería para todo el contenido ofrecido, y fue así como una de las más magníficas salas en esta mansión urbana nació. A día de hoy, aún siendo la residencia oficial de la familia Wellesley, la planta noble y baja pueden ser visitadas y todo su contenido puede ser admirado.

 

¿Qué obras destacan entre todo el botín? 3 muy representativas

Seguro que en este momento ya os preguntáis cuáles eran las pinturas que destacaban más en toda esta incautación amistosa. Pues sí, los primeros apellidos de los grandes artistas nacionales son los que conformaron la galería. Algunos de ellos son:

El Papa Inocencio X por Diégo Velazquez

Durante su estancia en Roma pintó el retrato del Papa Inocencio X. El cuadro de cuerpo entero está colgado en la Galleria Doria Pamphilj de Roma. Se dice que el retrato de la Colección Wellington es una copia que el artista hizo para traer a Madrid.

Una carta fechada el 8 de julio de 1651 del Nuncio del Papa en Madrid afirma que Velázquez regresó de Italia trayendo consigo "un buen número de originales de los mejores pintores, así como un retrato muy parecido de nuestro Señor (Inocencio X) que su majestad (el Rey de España) ha mostrado disfrutar mucho".

Hécate: Procesión a un Sabbat de Brujas de José de Ribera

Es una copia exacta de un grabado de Agostino Veneziano. Los tonos de la carne y el hecho de que esté pintado sobre cobre podrían reflejar la influencia de las escuelas holandesa y flamenca. El tema se ha interpretado como una bruja bajo la apariencia de Hécate, la diosa de la magia, montando el esqueleto de una figura monstruosa, con su séquito. Hay una inscripción en la que se lee Raphael Urbinas inventor, lo que implica que se trata de un diseño original de Raphael.

El vendedor de agua de Diego Velázquez 

Se trata de uno de los primeros cuadros más famosos de Velázquez, realizado en su ciudad natal, Sevilla, cuando era un muy joven antes de trasladarse a Madrid.

La escena representa un anciano con ropas harapientas sirve agua a sus dos clientes; el joven del primer plano aparta su pálido rostro del aguador de piel oscura, el segundo cliente está en la sombra. El uso de la luz para modelar sus personajes y producir un retrato sombrío y conmovedor demuestra la habilidad del artista. El espectador no es invitado a entrar en el cuadro, los sujetos apartan su mirada no sólo de nosotros, sino también de los demás.