La familia real de Noruega es una de las más modernas en Europa en cuanto a establecimiento de su dinastía, pero a su misma vez tiene una de las colecciones de joyas más antiguas y valiosas del continente: en ese sentido destacan diademas y tiaras de los siglos XIX y XX que provienen de importantes regalos, dotes y adquisiciones a grandes joyeros. ¿Queréis descubrir cuáles? 

 

1. La tiara de diamantes de Josefina

Empezamos con una de esas diademas que formaron parte de los primeros lotes de joyas que entraron en Noruega cuando este reino independiente no tenía ni tan solo 50 años. Creada originalmente en Suecia para su famosísima reina, Josefina, dicha pieza fue pasando de manos en manos hasta llegar a Oslo. Primero fue heredada por su nieta la reina Luisa de Dinamarca, la cual la usaría con mucha asiduidad. Al fallecer esta y al considerarse una pieza personal y transferible en herencia, fue a parar a uno de sus hijos menores, el príncipe Gustav. Al fallecer este último, su sobrina, de origen sueco, fue la que introdujo esta maravillosa pieza al reino noruego. De esta forma y consiguientemente Sonja, la actual reina, es la poseedora a través de su marido de esta reliquia.

Morfológicamente es una tiara alta que sigue las modas típicamente de principios del siglo XIX en una época en que el imperio llegaba a su cúspide a nivel artístico y decorativo. Es por eso que encontramos de forma interrumpida coronas de laurel rodeando grandes diamantes, rosetones perfectamente simétricos y guirnaldas. 

 

2. La tiara de la cruz maltesa

Otra de las piezas consideradas históricas en cuanto a origen y edad es sin duda la tiara de la cruz maltesa, llamada así por sus impresionantes tres piezas desmontables: una de ellas contiene un mastodóntico diamante central. ¿Su origen? de nuevo, el más regio posible. Realizada en Londres fue creada para la futura Reina Maud de Noruega, hija de los entonces príncipes de Gales. La inspiración para dicha pieza nos recordará muy rápidamente a un diseño plenamente británico, la corona de Estado de Jorge IV, considerada una de las joyas de representación más importante de los Windsor. Como muchos sabréis esta joya también contiene dichas cruces intercaladas con hojas de trébol y otros motivos vegetales. Suponemos que fue así como los de Gales quisieron obsequiar a su hija con una diadema que de bien seguro, le recordó a su madre patria. Como podéis ver en las siguientes fotos, puede ser transformada de múltiples formas, desde una simple bandeau con tan sólo la base, hasta con las cruces puestas en distintas áreas.

3. La tiara de diamantes de la Reina Maud

Seguimos con la misma reina de origen inglés, la Reina Maud. Esta tiara fue curiosamente otro regalo procedente del Reino Unido pero no de la familia real, si no de un grupo de aristócratas y amigos que se consideraban muy allegados a la futura Reina. Dicha tiara era una de las de mayor tamaño en sus baúles, y contenía elementos transformables: los diamantes en talla rosa de la parte superior podían ser intercambiables por turquesas, un tipo de gema que era muy típica en las últimas décadas del siglo XIX y pps. del XX. Esta importante diadema fue pasando de manos a manos hasta llegar a la hermana del actual rey, la princesa Ragnhild, la cual la dejó en herencia de nuevo para que volviera a la bóveda real. Es así como en 2013 re-entró en la línea principal, pero sin ser nunca lucida de nuevo por ninguna princesa ni la Reina Sonja. ¡La esperamos con mucho gusto!

4. La tiara de perlas de la Reina Maud 

Y...de nuevo volvemos con la reina Maud, ya que es posible que con dicha princesa y luego reina hubiera la mayor aportación al joyero real. La novedad que introducimos en este caso es el de las perlas: muy comunes en las piezas historicistas de finales del siglo XIX. De origen completamente natural, tienen forma de perilla y se intercalan en tamaño degradado partiendo desde el centro. Fue creada en 1896 y de nuevo regalo de sus padres los príncipes de Gales y futuros Eduardo VII y la Reina Alejandra. Al fallecer Maud, dicha pieza no sería vista de nuevo hasta la Reina Sonja, la cual la empezaría a usar a finales de los años 60 después de su matrimonio con el rey Harold. Una de las curiosidades que rodean a esta histórica joya es su robo y su posterior copia (sí, sí, tal y como lo leéis).

En 1995 se tomó la decisión de restaurar dicha pieza y se confió como es por supuesto, con Garard, la joyería que creó esta maravilla. Por la noche la caja fuerte fue forzada y la pieza robada, acabando en paradero desconocido. Las sospechas recayeron en todos los tabloides londinenses en alguien interno de la casa, pero aún a día de hoy, no se conocen los activos de dicho expolio. Podéis imaginar el bochorno de Garard...por dicho motivo se embarcaron en una costosa reproducción, extremamente fidedigna, de la diadema de 1896. Al cabo de unos meses la Reina Sonja la recibió y es así como la ha seguido luciendo hasta llegar a nuestros días; tanto la princesa Mette-Marit como Martha la han lucido en algunas ocasiones en su versión más peuqueña.

 

5.  La tiara de esmeraldas noruega

¡Y por fin entramos en las gemas de color! Y además con la espectacular tiara de esmeraldas de la familia Leuchtenberg. Dicha dinastía, que se origina en el sur de Alemania de principios del siglo XIX con el matrimonio de Eugene Beauharnais (hijastro de Napoleón Bonaparte) y la princesa Augusta de Baviera, supo muy bien con quien codearse. Es por este motivo que los encontramos a partir de 1820 relacionados con las casas reales e imperiales de Portugal, Francia, Suecia o Rusia. Debido a eso, y a que tuvieron el amparo de los Wittelsbach, su situación económica era única y adquirieron muchísimas joyas para uso representativo y sobretodo, para dotes. El origen de esta tiara fue precisamente este, el de la entrega de joyas por un importante matrimonio, cuando Amelia de Leuchtenberg casó con el Emperador de Brasil. A través de varias herencias llegó a manos de la Princesa Ingeborg de Suecia, que a su misma vez la ofreció a su hija, Marta de Noruega. Curiosamente debía de ser un salvavidas, ya que se la dio como seguro económico cuando los monarcas noruegos se tuvieron que ir al exilio. Al no pasar por demasiadas estrecheces, pudieron salvaguardar la pieza en toda su estancia en EEUU y no venderla, luciéndola de nuevo a partir del año '45 tras la gran contienda.

 

6. Tiara de amatistas moderna

Además de seguir con una joya con gemas de color, queremos con esta pieza, adentrarnos en una de las tiaras consideradas modernas dentro del tesoro real noruego. Construida probablemente en la segunda mitad del siglo XX como parure completo (incluyendo pendientes, broches y pulsera) esta alhaja es una de las favoritas de la actual Princesa Mette-Marit y su cuñada, la Princesa Marta. En ese sentido muestra uno de los diseños más elegantes de todos los conjuntos reales, con varios rosetones montados en brillantes, diamantes talla pera, y amatistas en ambos cortes. Entre todas las gemas se conforma una diadema alta para lucir con peinados recogidos o sueltos, siendo una de las más versátiles.

 

7. Tiaras de la princesa Astrid

Como ya pasara con su otra hermana, la princesa Astrid heredó de su madre en legado directo varias tiaras, algunas muy antiguas y otras de manufactura nueva del siglo XX. Dichas piezas acostumbraban a estar en propiedad directa de la Reina y no se consideraban cómo representativas de la línea directa. Así pues, tal y como pasa en otras casas reales, los hijos e hijas menores las reciben como parte compensatoria a lo que siempre recibe el heredero al trono, que es muchísimo más. De la princesa Astrid podemos destacar por ejemplo la tiara Vasa como una de las más importantes que recibió: realizada en 1929 como regalo de la ciudad de Estocolmo a la princesa heredera Marta (de origen precisamente Sueco) dicha diadema está realizada en brillantes de varios tamaños y sigue un estilo art decó tardío.

De este lote de joyas también destaca un interesante bandeau en brillantes que es lucido en raras ocasiones por la princesa noruega.

Por último llaman la atención las famosas "aigrettes", un tipo de tiara tembladera que se luce levitando encima de un peinado. Dicho tipo de joya fue muy popular en los años 30 y casi todas las casas reales tenían varios ejemplos. En cuestión de una década dichas piezas se veían un tanto ridículas y raras, y se transformaban o en broches o pulseras. Este no fue el caso de la princesa Astrid quien, con una valentía digna de admirar, las luce con su habitual desparpajo y campechanismo.